EL ESPEJO

En una habitación vacía, Nemo contemplaba su cara plácida en el espejo. Las paredes blancas que lo rodeaban sólo servían para darle un brillo artificial a sus facciones carcomidas por el tiempo. Al parecer no había nada en aquel cuarto de baño capaz de atarlo a la realidad: ni siquiera había una tina o un lavabo para identificarlo como el baño, sólo ese inmenso espejo una y otra vez, devolviéndole como en un reto la mirada vacía, o quizá, llena de conocimiento.

  • Te arrepientes – le habló una voz juvenil.
  • ¿Qué, quién habla? – preguntó Nemo extrañado.

Durante todo ese tiempo había pensado que se encontraba solo y más porque las paredes del baño eran muy estrechas y apenas cabía él que era de constitución delgada. De nuevo escuchó la voz, pero al mirar al frente vio que era su mismísimo reflejo quien le hablaba, sólo que varios años más joven y con expresión recriminatoria.

  • ¿Qué haces aquí? – preguntó Nemo, esta vez, asustado.
  • Sólo sigo repitiendo lo que por años no has querido escuchar.
  • ¿Qué cosa?
  • Lo sabes bien, cobarde. Ella.
  • No me la recuerdes.
  • ¿Lo ves? ¿Por qué siempre tratas de huir de ese nombre?
  • Porque es un nombre perverso.
  • Es un nombre de mujer.
  • Todas las mujeres son perversas – afirmó con convicción.
  • ¿Porque no te aman?
  • Ya no lo recuerdes, pasó hace mucho tiempo.
  • ¡Pero para mí, no! – gritó el joven -. Era mi vida, tú sabes cuánto la amamos. Yo-Tú-Nosotros sabemos cuánto la amamos, y aun así la dejaste ir.
  • Qué podía yo hacer – se defendió el hombre -. Ella no te quería.
  • ¿Querer? Yo tampoco la quería, yo la amaba. No me digas que lo has olvidado porque sabes bien que no me puedes mentir. ¿Recuerdas ese fuego que sentí? ¡Aún lo siento, cobarde! Todo por no querer formular esa pregunta. Yo-Tú-Nosotros sabemos lo importante que era esa pregunta y por más que ensayé no me lo permitiste. Me callaste en el último momento con ese pensamiento absurdo de que ella nunca se fijaría en mí. Sólo bastaba con formular la pregunta.
  • Era demasiado, lo hice por Tu-Mi-Nuestro bien. Ella no iba a aceptar. Era-Fue-Es demasiado para nosotros.
  • Te equivocas, hombre, como siempre. Pero llegará el día en que te encuentres en mi lugar, justamente por dejar de hacer las cosas que deseabas y comiences a recriminarle a Será que no te dejó vivir.
  • Él no está aquí.
  • Aún – sentenció la voz.
  • Además, falta mucho para que llegue. Ahora yo estoy aquí y no quiero hablar contigo.

El reflejo en el espejo se desvaneció y en su lugar apareció un rostro un poco más varonil.

  • Tú – se asustó Nemo, era evidente que le temía más que al anterior.
  • Sí, ¿por qué esa cara tan larga? Creí que te daría gusto verme después de todo lo sucedido. ¿De qué hablabas con el chico? ¿Ella, verdad?
  • Sí, no es un tema que me agrade.
  • A mí, menos, ¿recuerdas? Por Ella a mí me tocó Ésa. ¿También me vas a decir que fue por Mi-Tu-Nuestro bien?
  • No, es diferente.
  • Vaya, diferente. ¿Qué tan diferente puede ser, eh?
  • La querías – intentó atacar Nemo.
  • Quizá, pero todos sabemos bien que nunca Dejaste-Deje-Dejamos de amar a Ella. Ésa nunca fue feliz por lo mismo.
  • A mí, me pareció que sí.
  • ¿Acaso estás ciego, hombre? Ésa lloraba cada tercer día, hacía hasta lo imposible por captar nuestra atención y qué le hicimos…, lo mismo que a Ella… ¡El abandono!
  • No me lo recrimines. Tú estuviste de acuerdo.
  • Me obligaste. Me ataste de lengua, corazón y manos, y me mandaste al exilio de tu inconsciente.
  • Bueno, estás hablando conmigo ahora.
  • Demasiado tarde, aparte.
  • ¡Qué importa! Ésa murió para Mi-Tu-Nosotros.
  • ¡Ésa se suicidó! – gritó el reflejo indignado.
  • Igual da – respondió Nemo -. Ya no vive.
  • ¡Qué frío eres! ¿No sientes si quiera un atisbo de lástima? Ya no digamos por ti, sino por mí.
  • Lo único que quiero es que te vayas. No estás ayudando.

En ese momento el rostro del espejo desapareció y sólo se vio el reflejo del Nemo presente. Era una expresión de profunda tristeza. Ojeras increíblemente marcadas después del paso de cinco décadas de sufrimiento. La boca parecía ya tan gastada de hablar de temas superfluos que había olvidado cómo atisbar una sonrisa.

  • Estoy enloqueciendo y envejeciendo – se dijo a sí mismo -. No sé cuál de las dos me da más miedo.

En ese momento una corriente de aire helado irrumpió en la habitación y, segundos después, el cuarto de baño quedó completamente a oscuras. Nemo buscó rápidamente un cerillo en un bolsillo de su pantalón, lo encendió y miró el espejo, pero no halló reflejo en él.

Asustado, apagó el cerillo y contempló al espejo con malicia, como en un intento de reprocharle el haber borrado su reflejo. De pronto, el espejo estalló y se hizo añicos. Los pequeños pedazos revolotearon en el aire aún impulsados por aquella corriente helada que formaba un torbellino. Nemo se resguardó con sus brazos al verse en el interior de tan fiero remolino de viento y vidrio, pero cuando vio que ninguno de los pedazos del espejo le cortaban al pasar, supo que todo aquello estaba siendo obra de una persona aún más peligrosa que él mismo y todas sus versiones pasadas, pues se trataba de Será.

  • ¿Así que llegas ahora, en este punto en que no tengo ni siquiera reflejo? – inquirió Nemo con voz potente hablando al vacío -. Contéstame Será, quiero hablar contigo. Tú eres el responsable de todo cuanto ha pasado. Ella no está, Ésa tampoco y Ellos no entienden. Me juzgan sin saber que el único error que cometí fue amar más de lo que debía. ¡Vamos, no me dejes hablando solo en la oscuridad! El espejo se ha roto, ya no puedo ver lo que está bien y lo que está mal. Sé que vienes por mí, pero al menos explícame por qué no pude ser feliz.

El viento cesó de pronto y todos los pedazos del espejo cayeron al suelo, desfasados y con distinto sonido. Nemo intentó escuchar el último mensaje del espejo. Le pareció oír su nombre a lo lejos.

Nemo.

Después se convenció de que así había sido y, un poco emocionado, pegó su oreja al suelo para escuchar mejor los tintineos de los cristales.

Eres.

Escuchó. Esta afirmación le hizo curvear sus labios en una especie de fingida sonrisa, sin duda esperando la tercera palabra del mensaje, y después…

Nada.

Vi la convocatoria de un concurso literario. Me emocioné, como siempre; pero en el fondo tenía la amarga sensación de que jamás había ganado, ya no digamos un premio, sino ni siquiera una mención. Escribí entonces el cuento de “El sombrero y la pipa”. Se podía concursar con más en cuento así que pensé que, para tener más posibilidades, debía escribir un cuento que fuera, de alguna manera, contrario a lo que yo escribiría, para así poder agradarle a los gustos literarios de los jueces que fueran distintos al mío. Pensé entonces: “Tengo que escribir una jalada”. Me forcé a escribir algo “diferente” y éste fue el resultado. Sin embargo, tampoco gané ni una mención. Curiosamente, en retrospectiva, creo que, más que un estilo “diferente” me atreví a explorar más a fondo mi verdadero ser y ahora me parece una obra magnífica.  

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