UNA INCREÍBLE NAVIDAD
Hace unos cuantos años, no más de los que tú crees, en una vieja choza al norte de Canadá vivía una familia muy pobre, extremadamente pobre, era la mía. Me llamo Charlie y ésta es mi historia que, aunque ya ha pasado mucho tiempo, aún la recuerdo. Yo no era un niño ni más listo, ni más tonto, ni más rápido que otros, era un niño normal; pero mi problema era que cada vez crecía más rápido y dejaba de creer en las historias de la Navidad. Mi hermanito Michael tenía 6 años y era desesperante, todavía creía en las mentiras que le decían papá y mamá de la Navidad y todo el tiempo hablaba de que Santa Claus vendría en su trineo mágico, ¡sobre todo mágico! y que le traería juguetes y más ahora que era nochebuena. Solía hacer muchas, demasiadas preguntas acerca del mundo, ya que era ciego y yo tenía que explicarle hasta 8 veces al día lo mismo y ya me tenía harto.
Ese 24 de diciembre fue el más largo y emocionante de toda mi vida, estaba frío y la nieve caía lentamente, sin duda tenía un maravilloso plan: aunque no creía, me quedaría toda la noche despierto para comprobar que no existían tales mentiras y salir de la duda que me invadía la cabeza.
De repente oí un ruido escalofriante y la curiosidad me guiaba a donde provenía aquel ruido, salí de mi casa, si es que a aquella choza se le puede llamar casa, y me asomé a todas las direcciones posibles y de pronto lo vi…
Era el vecino que salía armando un escándalo porque su equipo de futbol había ganado la copa estatal, y sin duda había roto la puerta, pisado al gato, salido en pijama, tirado las palomitas a la calle y estaba cantando el Himno Nacional con una voz muy desentonada y ya era casi la media noche. No merecía la pena quedarse a observar el ridículo del vecino sino que preferí meterme a mi casa y esperar al dichoso “Santa Claus” que había un 99.9 % de probabilidades de que no existiera.
Pasaron las horas y sólo se escuchaba un silencio profundo, comenzaba a aburrirme, cuando de repente:
¡CRASH! ¡PUSH! ¡PAS!
Era un ruido muy extraño, no se parecía nada a los que acostumbraba a hacer el vecino ni la loca de enfrente, sino que nunca lo había escuchado. Se sentía un frío espantoso y sentía como si estuviera nevando dentro de la casa, ¡pero era imposible!, ya estaba completamente loco, la falta de sueño me hacía sentir y ver alucinaciones, pero no, no podía creer lo que veían mis ojos; en efecto, ¡estaba nevando en la casa!, pero me dio gusto saber que no estaba tan loco como creía, cuando me di cuenta de que el techo estaba roto, salí de nuevo de mi casa para ver qué pasaba y mi hermanito me seguía, pues también se había asustado por el ruido y las cosas extrañas que estaban pasando.
Salimos a ver el techo y no encontramos ninguna razón lógica, no parecía que el hoyo hubiera sido por el gato del vecino a menos de que su gato hubiera engordado mucho y tuviera la fuerza suficiente para romper el techo de esa manera, así que decidimos explorar.
- Wow Charlie mira ¡es enorme!
- ¿Qué es enorme?
- Ven a ver, es fantástico, justo como me lo imaginaba.
- Espera un momento, ¿cómo puedes decir eso si estás ciego?
- No mira, es rojo, negro y tiene cascabeles.
- ¿De qué hablas?, ¿dónde?
- Aquí delante de mí, ¿cómo es que no lo ves?
- Sólo veo un montón de nieve, ya, deja de hacer bromas.
- No estoy bromeando.
- ¿Estás diciendo que recuperaste la vista?
- No, solamente veo el trineo de Santa Claus.
- ¿Cómo el trineo?, te imaginas todo, ¡tú sí que estás más loco que yo!
- Mira, ¡es Santa Claus!
- ¡Que Santa Claus ni que ocho cuartos!
- Hola Santa, gracias, él es mi hermano Charlie, pero no sé porque no puede verte.
- No me importa, tú y tu Santa pueden decir lo que quieran.
- Dice Santa que no lo puedes ver porque no crees en él.
- Sí creo en él.
- Por mentiroso se te va a hacer la nariz como a Pinocho.
- ¡Pinocho no existe por el amor de Dios! y está bien, Santa tampoco, ¿cómo es posible que exista algo maravilloso?
- Bueno, ¿vas a ayudar a Santa a arreglar su trineo, sí o no?
- ¡Con que por eso se rompió el techo!
- Es que Santa sin querer chocó con el techo y se descompuso su trineo.
- Seguramente venía borracho.
- No, bueno entonces no ayudes a Santa pero luego no te quejes.
- No me quejo.
- Bueno.
- ¿Y qué le pasó?
- Se perdió uno de los esquís y no puede andar.
- ¿Y qué?
- ¡Cómo de que y que!, no te importa, Santa debe llegar a las 5 de la mañana al Polo Norte, para que la magia no esté en peligro, ¡todo el mundo sabe eso!
- Aaaaaaaaaa
- Sí, nos quedan 4 horas para encontrar el esquí, ir al Polo Norte y para que se complete el ritual, lograr que un niño más crea.
- ¿Qué? A ver. . . ¿cómo estuvo lo último?
- Sí, cada año Santa Claus escoge a un niño y lo hace creer, ya es una rutina, pero si no logra que al menos un niño crea en él este año, va perdiendo fuerza hasta que enferma, ¿no sabías eso?
- No, yo no creo en tonterías.
- ¡No son tonterías!, eres muy malo, no quieres que Santa viva y no tienes sentimientos.
- No me conoces.
- Bueno hay que apurarnos para encontrar el esquí.
- Espera, oigo algo, una voz.
- Es la de Santa tontín.
- No, se está acercando.
- Jo jo jo jo jo – cada vez lo oía más claro – hola Charlie.
- ¡Ah un fantasma! – grité aterrado.
- No te asustes soy yo.
- No, no veo nada.
- ¿Me vas a ayudar a encontrar mi esquí?
- Sí, sí, por supuesto.- Le contestaba a la voz, puesto que no podía ver a nadie más excepto a mi hermano Michael, y pregunté:
- ¿En verdad eres tú Santa?
- Claro que sí, ahora tenemos que apurarnos, necesitamos encontrar el esquí, ir de vuelta al Polo Norte, ver la lista de los regalos de hoy, ir a entregarlos y hacer que un niño más en el mundo crea en 4 horas.
- Es mucho.
- Sí, pero no estamos solos.
- ¿A no?
- ¡Claro qué no!, están los duendes y la magia.
- La magia no existe.
- No digas eso, cada vez que alguien dice que la magia o que yo no existo, tú no sabes, pero un Golit muere.
- ¿Un Golit?
- ¡Ah sí! Criaturas místicas que viven en los bosques del norte, son los sabios de la magia y esconden muchos secretos.
- ¿Y son buenos?
- Por supuesto que sí, pero no son muy espontáneos, son como changuitos pero hablan y ellos ponen las reglas del mundo mágico.
- Quiero ver uno.
- No son fáciles de ver y aparte son muy pesados.
- ¿Y qué más hacen esos monos?
- Pues hay millones y millones de ellos escondidos, cada uno tiene una misión diferente, proteger la magia y sus secretos y lograr que la magia y la fantasía no desaparezcan nunca.
- Pero… ¿cómo nos van a ayudar?
- Ellos son especialistas en los polvos, hay que esperar a que se pongan de buen humor y pedirles polvos estáticos que ya se me están acabando.
- ¿Y para qué sirven los polvos estáticos?
- Congelan el tiempo, hace 10 años los Golits me regalaron miles de bolsitas, pero con tantas navidades que han pasado ya se me están acabando, son de gran utilidad, congelas el tiempo, lo detienes y haces lo que tienes que hacer y cuando te vas soplas y como si nada hubiera pasado.
- ¿Es por eso que nadie te ha visto?
- Sí, bueno… excepto los que creen de corazón.
- Entonces vamos con los Golits.
- No, queda muy lejos, mejor hay que encontrar el esquí para poder irnos.
- ¿Dónde estará?
Estuvimos buscando por un largo tiempo, la verdad es que no sabía si esto era un sueño o en verdad me estaba pasando, pero decidí mejor dejarlo así, tenía que encontrar el esquí de Santa para pararme a pensar si era un sueño o no, de pronto caí…..Me había resbalado con algo y algo grande y por ningún lugar veía algo, solo veía nieve, primero pensé en el gato del vecino, pero después me di cuenta de que era el esquí de Santa.
- ¡Lo encontré, lo encontré!
- Bien hecho, ahora por tu amabilidad y tu ayuda te diré que esto no es un sueño, solamente cree.
- Sí creo.
Sucedió en ese preciso momento, que un brusco viento del norte pasaba fuertemente por donde estaba y me comenzaba a llevar con él.
- Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
- No te va a pasar nada, Charlie – me decía Santa – sólo cree.
Era muy difícil en ese momento tomar la decisión, era pelear contra el tornado que me jalaba o rendirme y morir, pero un calor intenso inundó mi corazón, me llené de valor y decidí hacer algo que pensé nunca iba a volver a hacer en toda mi vida, decidí creer.
El tornado paró, caí al suelo y me pegué en la cabeza, por suerte no estaba muerto pero sí inconsciente, poco a poco comencé a oír voces a lo lejos, después lograba entender algunas palabras hasta que sentí que alguien me tomó del brazo. Veía borroso, no lograba distinguir las figuras que me rodeaban hasta después de unos minutos vi a mi hermano hincado frente a mí y junto a él a la persona a quien tanto le negaba la existencia, una figura de los cuentos de hadas que te dejan con el ojo cuadrado, era un hombre viejo, con la sonrisa de amor en su rostro, me quedé asombrado y el habla se me fue.
- ¿Cómo te sientes Charlie?
- Mejor gracias.
- Hiciste un gran sacrificio. Sí, eso sí es creer.
- ¿Y ese tornado?
- Lo mandaron los Golits, reglas de la magia, fue una prueba.
- ¿La pasé?
- ¡Claro que sí!, con un 10 excelente, ¿ahora ya te sientes capaz de caminar?
- Sí.
- Bien, subamos al trineo, que el tiempo es oro.
Después de arreglar el trineo, subimos a éste con gran rapidez y nos dirigimos a los bosques del norte para visitar a los Golits.
El viaje fue maravilloso, avanzábamos a la velocidad del sonido, cruzamos el estado de Manitoba, el lago, vimos una manada de caribúes pasar y finalmente llegamos a los bosques del norte que no tenían nada de bosque, fue en Groenlandia y la tormenta de nieve estaba en su apogeo. Llegamos a unas ruinas antiguas, muy antiguas, donde además de polvo había restos humanos, llegó un changuito con barba bastante chistoso y no pude contener la risa, el changuito se enojó y dijo algo en un idioma muy raro, seguramente eran groserías por que sí hablaba español, el changuito que no medía más de 30 centímetros, de muy mal humor nos llevó a donde estaba una rama, bastante más alta que él, la tomó con una mano y se puso a gritar y a saltar como loco. No pude evitar reírme de él, el changuito me miraba con ojos amenazantes de muerte y de pronto, la tierra empezó a temblar, se abrió y el pobre changuito se cayó por el hoyito. Cuando ya terminó de temblar y había un espacio considerable para que cupiéramos, Santa, mi hermano y yo nos metimos y Santa por mero y pisa al changuito; éste estaba tan enojado que no se fijaba por dónde caminaba y se estampó con la pared.
Nos llevó por un túnel muy oscuro y al cabo de media hora apareció una gran ciudad ante nuestros ojos, llena de changuitos iguales al primero, le dieron a Santa dos bolsas de polvitos mágicos.
Después nos subimos al trineo y empezaron a salir duendes por todas partes, festejando con alegría la Navidad. Ya que estábamos saliendo del Polo Norte le pregunté a Santa:
- ¿A dónde vamos?
- A repartir los regalos.
- ¿Cómo vamos a repartirlos si no tenemos la bolsa de los regalos?
- No te preocupes porque primero vamos al centro del Polo.
- ¿Al centro del Polo?
- Sí ¿y qué es eso? – preguntó Michael.
- Es el lugar donde todos mis duendes se organizan con una gran lista que yo les doy de todos los niños, y así empacan todos los regalos en una bolsa gigantesca para que el 24 de diciembre yo los reparta personalmente, pero ahora ya que tenemos los polvos del tiempo, tenemos que apresurarnos porque el clima está empeorando, ¡andando!
Tardamos poco tiempo en llegar, pero al llegar a donde el corazón de la magia pura palpita y donde además de nieve hay valores de ayudar y dar, todas las preocupaciones parecen desvanecerse hasta quedar solamente la felicidad pura en el corazón.
Era un lugar inmenso, lleno de casitas de dulce, rejas de bastones de dulce, casas de chocolate, coches de malvaviscos, semáforos de paletas, y muchas cosas más.
Los habitantes de la ciudad eran muy amables, pingüinos, osos polares, focas, duendes, y todos juntos cantaban y bailaban, mientras metían todos los regalos a la bolsa del trineo, era un verdadero trabajo en equipo.
- Santa, aquí está la lista, no olvides nada como la última vez – dijo un duende.
- No te preocupes Trulunfino, todo está bajo control. Bueno niños, nos vamos.
- ¡Sí!
Acompañamos a Santa toda la noche a repartir los regalos alrededor de todo el mundo, tuvimos que tener mucho cuidado de no desperdiciar los polvos del tiempo porque resulta que los changuitos nos llenaron la bolsa hasta la mitad, entonces tuvimos que usar la mitad de la porción normal y lógicamente nos tardamos la mitad del tiempo previsto.
- Sólo nos faltan 3 regalos – dijo Michael desde la parte trasera del trineo.
- – Estos son de un niño llamado Timmy – agregué.
- Ah, Timmy, ese pequeño ha sido muy travieso este año, pero lo importante es la intención.
- ¿Cómo sabes que la intención fue buena? – pregunté a Santa.
- Para saber si alguien en verdad ha sido bueno, no se toman en cuenta las acciones que realice, sino la intención con la que las haga y eso sólo es posible saber si miras los pensamientos.
- ¿Tú puedes ver los pensamientos?
- ¡Claro que sí!, pero lamentablemente no puedo cambiarlos, hay muchos niños que no creen, pero por las reglas de la magia no puedo hacer nada para hacerlos cambiar de opinión, la verdadera fe es por el propio convencimiento.
- ¿Y dónde vive ese tal Timmy? – preguntó Michael.
- En Rusia.
- ¿Hasta allá?
- Ay niños no sean flojos, es el último.
Llegamos a la casa de Timmy y entramos cautelosamente, dejamos el regalo al pie del árbol y lo acomodamos tantito.
- Ay no, más leche y galletas, ¡por eso estoy tan gordo!, ¿no se dan cuenta? yo me pongo a dieta del 25 de diciembre al 23 de diciembre del siguiente año y el 24 de diciembre parece que todos los niños se ponen de acuerdo para hacerme engordar todo lo que ya bajé y es cuento de nunca acabar, ¿me echan una mano?
- ¡Claro Santa!, yo me lo como – dijo Michael entusiasmado.
- Bueno, ya vámonos que va a amanecer cuando menos lo esperemos.
Subimos al trineo de nuevo, con dirección a mi casa, tuvimos unos cuantos problemas para que Santa cupiera bien en él, y cruzamos todo el continente asiático, el Océano Atlántico y llegamos al patio de mi casa, me tuve que bajar del trineo para echarle aguas a Santa para que no rompiera el techo más de lo que ya estaba, y entramos a mi casa, pronto iría a amanecer y no teníamos tiempo para una despedida muy larga, así que Santa dejó los regalos en el árbol y se disculpó por no tomarse la leche y las galletas, se despidió de nosotros y nos dijo que fuéramos a dormir y por último con una voz muy seria me preguntó.
- Charlie . . . ¿ahora crees en mí?
- Sí, y pienso que eres el hombre más bueno y maravilloso que existe.
- Bien, siendo así me voy.
- Adiós Santa.
Nos fuimos a dormir inmediatamente y en el momento menos pensado mi hermanito llegó gritando de que viniera a ver los regalos, era una linda mañana de invierno y bajé rápidamente por la escalera para ver los regalos, ahora no tenía duda alguna de que Santa Claus había venido. Tomé el regalo verde que tenía mi nombre y no pude resistir abrirlo rápidamente, rompiendo la envoltura, era una pista de coches de carreras Hotwheels, y el regalo de mi hermano, no un momento, eran dos, el grande era un diskman con 3 discos diferentes y el chiquito fue el mejor de todos, mamá casi se desmaya de la emoción, era el dinero que faltaba para la operación de Michael.
Fue una Navidad que nunca olvidaré, pues todos estaban muy felices, mi mamá no paraba de llamar por teléfono anunciando la noticia del dinero, mi papá se reía de la felicidad que sentía por tener a la familia reunida. Michael lloraba de la emoción de saber que pronto, con la operación iba a volver a ver. El vecino salió, como no es de extrañarse, gritando, en pijama, tirando el bote de basura en su camino, festejando que Santa le trajo una televisión pantalla plana y muy grande para ver su futbol y una puerta nueva, ya que había roto la suya el día anterior. La loca de enfrente cantaba, si en verdad eso se le puede decir cantar, porque a su esposo, Santa le había traído unas pastillas para no roncar, y yo estaba demasiado feliz como para describirlo.
De repente vi algo al pie del árbol que me llamó la atención. Era una carta que decía:
*Charlie:
Gracias por acompañarme esta Navidad, nos divertimos mucho, espero que creas en mí para siempre ya que me has visto, te deseo una feliz Navidad a ti y a tu maravillosa familia, cuídala mucho.
Posdata:
Arregla el techo*
Desde ese día no volví a dudar jamás, pues mi fe era verdadera, logré descifrar el secreto que la Navidad esconde.
La Navidad es un ambiente en el que se convive con la familia, no es esperar los regalos y enojarte si recibes menos que el año anterior, los regalos solamente son un símbolo de la Navidad y uno podría vivir sin ellos y vivir de lo más tranquilo, porque los regalos no dan la felicidad verdadera, uno no tiene que pedir nada porque el tesoro más valioso que existe es la familia.
Hay personas que creen que la Navidad no significa nada y siguen y siguen sin entender, como tontos tratando de adivinar su significado.
Pero no te tiene que importar lo que te digan, como a mí, palabras que no vienen al caso decir, sino al contrario hay que ser positivos y pensar antes de decirlo, porque cuando menos te lo esperes, un gran regalo aparecerá en el árbol; no sólo hablo de juguetes, discos y materiales físicos, sino un símbolo de amor para todos los niños y niñas que en verdad creen porque…
***Lo maravilloso no es posible verlo con los ojos,
sino con el CORAZÓN***
FIN
Mi hermano estudiaba sexto año de primaria y tenía, como tarea, que ilustrar un cuento de Navidad. Yo estudiaba segundo año de secundaria y le redacté este cuento para que lo presentara con ilustraciones.