EL SOMBRERO Y LA PIPA
El dolor era ajeno. Por mucho que viera el sombrero de mi abuelo y su pipa favorita junto a la ventana, me parecía que pertenecían a un extraño fantasma que había dejado la casa hacía demasiados años. Al recuerdo en mi memoria apenas lo distinguía y, en ocasiones, llegaba a preguntarme si alguna vez había sido real. Supongo que es lo que sucede cuando dejamos que el tiempo vaya royendo lo que un día consideramos sagrado y hoy no es más de lo que es; en este caso, sólo un sombrero y una pipa, desgastados y manchados por el olvido. Si bien mi casa estaba decorada con un estilo minimalista y el sombrero y la pipa no hacían el más mínimo juego con ninguno de los muebles o los cuadros, la verdad sólo los conservaba por necedad de mi abuela. En sus últimos momentos parecía que lo único que deseaba fuera que yo conservara aquellos objetos viejos. ¡Pero abuela! – le había dicho -, yo no los uso. – Los usarás – respondió ella. ¿A qué se había referido ella con que los usaría? Sí, seguramente en una fiesta de disfraces sería un excelente Sherlock Holmes, pero sabía que mi abuela no había invertido su último aliento para decirme que ganara un concurso de disfraces. Algo había en torno a aquellos dos objetos que los envolvía en un misterio que poco a poco me volvía loco. Como no tenía mucho dinero y vivía solo, yo mismo me encargaba de la limpieza de mi apartamento y tengo que admitir que cada vez era más difícil limpiar el rincón donde reposaban el sombrero y la pipa. El tema había logrado alterarme tanto que había incluso soñado con esos dos objetos persiguiéndome. ¿Acaso no era ya bastante verlos diario con luz de día para que me atormentaran aún en sueños? No sabía qué hacer, estaba harto completamente de hacer otras voluntades tan ridículas. Así pasó mucho tiempo hasta que decidí, en un arrebato de enojo quizá propiciado por un poco o un mucho de Ron, deshacerme de los dos objetos y tirarlos, sí, a la basura. ¿Qué sentido tenía guardar aquellos cachivaches? Me armé entonces de valor, tomé el sombrero y la pipa y bajé las escaleras para tirarlos en el más remoto basurero, porque no iba a usar el bote de basura de mi apartamento en caso de que me arrepintiera a la mañana siguiente al estar sobrio de nuevo. Caminé rápidamente a pesar del frío, pero no vi ningún lugar adecuado para tirar los dos objetos. Había demasiada gente mirando. ¿Qué se les había ocurrido a todos salir justo a las once de la noche para impedir que yo abandonara los misteriosos objetos de mi abuelo? Así que no tuve más remedio y me senté a esperar en una banca. Pasó el tiempo y me vi tentado a dejar las cosas en la banca y marcharme. Pero no podía. Si abandonaba aquellos objetos tenía que ser bien: por desprecio, no por miedo a que me vieran dejarlos atrás. Además, no quería que algún vecino llamara a mi puerta en la mañana diciendo que había olvidado aquellos objetos en la banca de enfrente. Así que encontré la solución. ¡Enterrarlos! Para disfrutar más el momento me puse el sombrero y me metí la pipa a la boca mientras buscaba una pala. Pero cuál va siendo mi sorpresa cuando encontré tabaco en la pipa, y no cualquier tabaco. La verdad me gustó. ¿Y si los conservo un poco? ¡Tonterías! ¿Para qué querría un sombrero pasado de moda y una pipa con poco tabaco? Pero ahí estaba yo, caminando luciendo el sombrero de mi abuelo y fumando tranquilamente mientras, según yo, me dirigía a buscar una pala para enterrarlo todo de una vez. Fue entonces que sentí algo sobre mi cabeza, dentro del sombrero. Me lo quité y vi que se había abierto una parte del mismo para dejar descubierta una carta. ¡Una carta de mi abuelo! Entonces la abrí rápidamente y comencé a leer: “Si estás leyendo esto es porque te has puesto mi sombrero y significa entonces que tú, un caballero con buen sentido de la moda y preocupado por lo que murmuran tras de ti, has podido aceptar de dónde vienes. Espero que uses este sombrero y la pipa para recordarte tus orígenes y que nunca te avergüences de ellos. Con cariño: Tu abuelo.”
Entonces lloré porque era verdad y regresé a casa con mi sombrero mientras fumaba mi pipa. Años después mi nieto me reclamó para qué querría él esos dos objetos y afortunadamente alcancé a decirle: – Los usarás.
Escrito para un concurso de literatura. Al mismo concurso también presenté el cuento de “El Espejo”.