EL MAYOR DEFENSOR
Hacía mucho frío. Una ráfaga helada le recorría todos los huesos. Era imposible moverse. Inclusive respirar parecía ahora una osadía. De pronto reparó en que todo estaba oscuro. Pensó que era de noche, pero no era así. Pronto se dio cuenta que tenía los ojos cerrados y no podía abrirlos. Trató de mover los dedos de las manos y los pies, pero un dolor intenso le invadió. Un dolor extraño. ¿Es que acaso se había fracturado cada centímetro de su cuerpo? ¿Es que los músculos se le habían paralizado?
Advirtió que estaba recostado en una superficie heterogénea, rasposa e incómoda. Seguramente sería tierra. Tierra combinada con hojas de árboles caídas. También algunas ramas. ¿Dónde estaba entonces? ¿Qué le había pasado?
Intentó hacer memoria, pero una punzada en la cabeza le indicó que debía desistir. Contrariado, tomó una bocanada de aire, dispuesto a hacerle frente a su situación. Con un gran esfuerzo respiró profundamente, intentando ahogar un grito de dolor. Finalmente abrió los ojos.
Tardó un poco en enfocar la vista, ya que seguramente había estado con los ojos cerrados mucho tiempo. Esperó que nadie más en la mesa lo hubiera advertido. De todos modos, la reunión seguía igual. Los vasos de agua estaban llenos, quizá porque la mayoría había decidido en su lugar tomar tequila, pero las carpetas seguían en la misma página que hacía varias horas. La misma página 51 que había iniciado toda la discusión acerca del presupuesto. Los bandos seguían siendo los mismos. Aumentar el presupuesto contra disminuirlo para ahorrar. Al parecer el acuerdo aún estaba lejos de llegar, pues los reunidos seguían la repetitiva y acalorada discusión.
- Ya he dicho que necesitamos aumentar el presupuesto – gritaba el Presidente -. Los balances están en sus carpetas, pueden comprobarlo.
- Lo único que esto me dice es que la administración está en manos que dejan mucho que desear – respondió el líder de la oposición -. Aumentar los recursos no es la solución. Esto ya ha pasado tres veces…
- Eran situaciones diferentes. Tiempos diferentes, precios diferentes, personas diferentes…
- Señor Presidente, me da usted la razón entonces- respondió el otro con sorna -. Todos bien sabemos que todo es ahora diferente menos que usted sigue teniendo la presidencia. Si seguimos teniendo esta clase de problemas me parece que se debe a su incompetencia.
- ¿Cómo te atreves? No sabes todo lo que he hecho para salvarnos de las crisis…
- Lo sabemos bien, porque nosotros lo apoyamos.
- Entonces son tan culpables como yo. Todos en esta habitación somos igualmente responsables. Hemos pasado tiempos difíciles, la oposición crece al por mayor por nuestros estúpidos pleitos internos. Porque no crean que no me doy cuenta de todo cuanto hablan a mis espaldas.
- Lo que hablemos no le incumbe, señor. Mejor limítese a aceptar que no está lo suficientemente capacitado para tomar las riendas de la situación. Las elecciones se acercan y no queremos dar una mala imagen después del escándalo de anoche.
- No hubo ningún escándalo anoche. Todos son chismes inventados. Pero de cualquier manera no sé qué tiene que ver mi vida privada en la discusión del presupuesto.
- ¡Tiene todo que ver! – respondió indignado – Lo que usted hizo fue un delito y estaría en la cárcel de no ser porque probablemente hizo un par de llamadas telefónicas. No queremos que su imagen dañe al partido. Así que le pedimos la renuncia.
- ¿Renuncia? No puedo renunciar. Tengo un compromiso con ustedes.
- Sí, ya vimos qué tan comprometido está.
- Pues estoy más comprometido que muchos de ustedes. Y tú, vamos, por favor, no vas a venir aquí a decir que tienes un historial limpio, ¿verdad? Recuerda que te he salvado de muchas.
- Eso fue antes de entrar al partido.
- Eso fue justo en el momento de jurar lealtad. No creo que a muchos les agrade saber que entre nuestras filas se encuentra un homicida.
- Fue en defensa propia – replicó malhumorado.
- Eso les hicimos creer, sí. Así que si no quieres que todo el caso vuelva a salir a la luz pública te aconsejo que te sientes y te calles.
El líder se sentó de mala gana mientras el Presidente alisaba su cabello.
- Señores, tengo razón al advertirles que la mejor opción es aumentar el presupuesto. Necesitamos más recursos que invertir en la campaña. No podemos arriesgarnos esta vez. El pueblo necesita de nosotros. ¿O usted que opina, abogado?
El abogado se sorprendió. Hacía poco que se había abstraído de la discusión pues siempre pasaba exactamente lo mismo, aunque viéndose en aprietos contestó.
- Sometámoslo a votación.
No creyó que fuese a dar resultados, pues en realidad había evadido la respuesta. Pero en efecto todos comenzaron a sacar papeles y plumas para organizar la votación. Mientras tanto, miró a su alrededor. Aquellos que una vez habían sido compañeros de la universidad. Cuánto los había cambiado la vida, pensó mientras los veía correr de un lado a otro buscando sesenta bolígrafos de tinta negra. Cuán hipócritas se habían vuelto, se lamentó.
En ese momento comenzó a divagar. El simple hecho de buscar papel y pluma podría durar fácil media hora, así que podía limitarse a sus propios pensamientos. Recordó el momento en que decidió unirse al partido, envuelto por promesas de reconocimiento social, ayuda a la comunidad, servicio, hablar por los oprimidos y luchar por los derechos. Recordó aquellas salidas a las montañas. Las juntas al aire libre para repetir las frases de aquellos maestros de oratoria que podían dejar sin aliento a cualquiera. Él les había creído. A decir verdad, todos habían creído. Habían adoptado un mismo modo de pensar, una misma filosofía, se habían uniformado con un solo color y salido a gritar a las calles al unísono algo ininteligible que llamaban “cambio”. Y las montañas los habían escuchado. Les habían dado refugio cuando la lluvia los sorprendió aquella tarde de verano. Pero la montaña era ahora distinta. El suelo en el que estaba recostado era yermo. Había perdido todo su color.
Con grandes esfuerzos trató de levantarse. Vio los árboles grandes y el sendero que se abría frente a él. Los recuerdos llegaron a él de improviso. Un soldado estaba junto a él.
- Necesitamos reorganizarnos, Mayor – le informó preocupado -. El enemigo es demasiado fuerte.
- Retirada parcial – habló -. Quizá el enemigo sea demasiado fuerte, pero en la guerra nunca se ha tratado de fuerza, sino de astucia.
- De acuerdo – aceptó el soldado y partió de prisa.
El Mayor miró a sus tropas. Más de mil soldados uniformados esperando órdenes. El bosque, frente a él, podía ser un enemigo igual de hostil, pero esta vez esperaba que fuera su aliado. Dio las órdenes y reacomodó la mitad de las tropas. Los demás, fingieron huir.
El enemigo comenzó a festejar por adelantado, viendo cómo muchos soldados salían corriendo despavoridos y avanzó sin cautela, buscando el fuerte.
El Mayor vio todo desde lo alto de la montaña y sonrió al ver que su plan estaba dando resultados y los soldados enemigos avanzaban hacia el corazón del bosque. Lo que siguió después fue una verdadera barbarie. Una matanza cruel y vil que hubiera terminado con la guerra de no ser porque el General enemigo había tomado precauciones e invadido la otra mitad del bosque con anterioridad provocando una emboscada.
- No se mueva Mayor – le gritó un soldado enemigo acercándole la punta de la metralleta a la espalda.
El Mayor no tuvo más remedio que quedarse en su sitio, pasmado.
- Parece que no todo salió como esperaba, ¿verdad? – se burló el otro -. ¡Camine!
Lo guiaron hacia una cabaña rústica. No supo el camino pues le habían vendado los ojos durante el trayecto. Y ahí lo sentaron y ataron a una silla para comenzar a torturarlo con cortes de navaja bañados en alcohol.
Recordó cuánto le había ardido. Quizá eso explicaba un poco por qué ahora no podía mover las extremidades. Suponiendo en el mejor de los casos que aún contara con ellas, pues no podía mirarse si quiera. Su cuerpo ahora le era ajeno. La cabeza era lo único que parecía medianamente responder a sus deseos y el cuello más parecía ahora un tronco hueco que un órgano del cuerpo.
De pronto escuchó pisadas y varios ruidos fuertes. Quizá se trataría de un helicóptero o una brigada de rescate. Al paso de los minutos, un grupo de personas se abrió paso entre los árboles, todos vestidos de blanco y cargando pequeños maletines. Sí, olían a ayuda. Ese agrio olor a formol y medicamento que los médicos usaban como loción.
- ¿Cómo se siente? ¿Está consciente? ¿Me escucha? Vamos a moverlo, está muy herido. ¿Puede oírme? ¿Cuál es su nombre?
¿Acaso no eran demasiadas preguntas? Aun así deseaba responderlas, pero su lengua no obedecía. Quizá por ello no le sorprendió que los médicos le abrieran los ojos y le iluminaran las pupilas con una linterna. Habrían de pensar que estaba inconsciente, si no es que muerto. Qué extraña sensación el estar consciente y no poder hacer ningún movimiento para expresarlo.
- Necesitamos urgentemente la unidad móvil. Este hombre puede morir en cualquier momento. Sus signos vitales son extremadamente débiles – habló uno de los doctores.
- Tardamos mucho en llegar – se lamentó un muchacho un poco más joven.
- Hicimos lo que pudimos – le respondió una enfermera -. Estos bosques son de muy difícil acceso.
- ¿Cómo van con el Mayor? ¿Ya le aplicaron los medicamentos? – habló el jefe de los médicos.
- Estamos en eso – respondió la enfermera.
Si le estaban inyectando sustancias, no lo notó. Se asustó un poco al darse cuenta que, fuera del dolor habitual, no podía sentir nada. Ni los golpes que le daba uno de los médicos en el pecho, ni la temperatura que le medía una de las enfermeras, ni siquiera el aire que mecía los árboles en derredor.
De pronto, se sorprendió a sí mismo tosiendo y por primera vez, desde que había despertado, sintió como el aire llegó a sus pulmones. Respiró profundamente. Aquello que le habían inyectado seguro había surtido efectos, pues volvió a sentir cada parte de su magullado cuerpo. Podía decir que había vuelto a la vida sólo para sentirse morir. Los médicos, después de aliviarse al ver que respondía, lo colocaron en una camilla para transportarlo a la famosa unidad móvil. El Mayor levantó su mano derecha y la vio cubierta de sangre. Por alguna extraña razón sintió alegría. Sangre. Su sangre. Sangre de patriota. Al menos había peleado la tortura y lo que viniera después. No se había dejado vencer tan fácilmente. Invadido por un ímpetu igual de insólito comenzó a llorar.
- Vamos, ya casi llegamos – trataban de consolarlo los doctores, sorprendidos de que un hombre tan fuerte como él soltara en llanto.
Las lágrimas nublaron su visión y poco a poco todo comenzó a desvanecerse.
- Vamos, responda – escuchaba a lo lejos.
- Vamos.
- ¡Abogado, responda!
El grito le tomó por sorpresa. Vio que todos alrededor de la mesa le miraban expectantes.
- Su voto es el único que falta – le aclaró el Presidente.
Apenado por haberse quedado dormido nuevamente, miró su hoja de papel y vio los dos recuadros. Aumento del presupuesto y Disminución del presupuesto. Tomó la pluma y marcó la casilla de aumento del presupuesto. Dobló el papel en dos y lo entregó. Al final del conteo ganó la opción de aumento del presupuesto. Sintiéndose obligado, se levantó y pidió la palabra unos momentos. Quería evitar que surgiera una nueva discusión entre el Presidente y el líder.
- Me parece que todos los que estamos aquí reunidos somos personas maduras y conscientes del papel que desempeñamos. Todos hemos hecho enormes sacrificios para llegar a donde estamos hoy y no hubiéramos podido estar aquí sin la cooperación de todos. Esto no es un juego que permita acciones individuales. Debemos estar unidos como partido para hacerle frente a lo que tenga que venir. Cierto es que las elecciones se aproximan y eso siempre nos altera. Creemos que nuestras ideas son mejores que las de los demás y deseamos imponerlas, pero eso sólo nos lleva a dividirnos. Hoy estoy aquí no para discutir la famosa carpeta que llevamos revisando dos semanas. No me interesa qué hizo cada quien en el pasado. Si vamos a aumentar o no el presupuesto del partido. ¿Para qué ver que entre más dinero si nuestros ideales flaquean? ¿De qué servirá más dinero para sustentar una causa que no vibra, que no transmite pasión? ¿De qué sirve también dejar de invertir en algo que vemos viciado y buscamos reinvertir el dinero en otras causas? Amigos, todos tenemos dudas. Me duele admitir que esto es cierto y mientras no ajustemos cuáles son las metas de nuestro ideal y lo creamos nuevamente, poca trascendencia tendrán las 98 páginas de la carpeta anual que año con año nos peleamos por ajustar. Criticamos mucho la redacción de la secretaria, las cuentas de los administradores. Queremos ver una carpeta pulcra y limpia, libre de errores de ortografía y de cálculo. Pero yo les pregunto, ¿tenemos limpia nuestra meta, lo que sentimos? ¿Para qué queremos ver en excelentes condiciones una carpeta que nadie va a leer? ¿Será que estamos buscando convencernos a nosotros mismos de qué es lo que hacemos y para qué? Yo no sé qué piensen ustedes, pero yo en el fondo aún creo en esto. Si hay un Presidente, es porque tiene que haber una cabeza. Pero la cabeza no piensa por todos, ni habla por todos. La cabeza es sólo la reunión y manifestación de todas nuestras opiniones. El nombre que lleve esa cabeza me es por completo indiferente, pues todos y cada uno de nosotros conformamos lo que la cabeza expresa al exterior. La cabeza es nuestra guía, pero no nos impone una manera de pensar. Aquí cada quien es libre de pensar lo que le plazca y se supone que debemos llevarnos bien entre nosotros pues compartimos en parte el mismo pensamiento. Servir a la comunidad. Un día nos quejamos de nuestros representantes, de que no satisfacían nuestras demandas. Los golpeamos tan fuerte que los derrocamos y ahora estamos cerca de ocupar su lugar, ¿sólo para llegar a pelear? ¿sólo para discutir cosas inútiles? Al diablo con el presupuesto. Al diablo con todo lo demás que hemos venido a discutir. Yo quiero discutir sobre el futuro. Y no hablo de mi futuro sino de nuestro futuro. ¿Qué nos espera si seguimos así? Yo quiero ver un país mejor. También tengo familia. También tengo intereses. También tengo inversiones. Yo quiero que se escuchen las demandas, que las personas no mueran de hambre o frío. Que haya empleos y calles limpias. Yo quiero salir a las calles a saludar a mi vecino, sin importar que haya votado por una causa antagónica a la mía, pues tuvo una causa. Y la causa es lo que veo que se está esfumando en estos momentos. Dentro de estas cuatro paredes no veo más causa que la mía. Y mi causa es luchar por lo que creo. Luchar por lo que una vez creíamos. Luchar porque un cambio es posible. Gritábamos, soñábamos, lo apostábamos todo. Nos creíamos invencibles, y así fuimos. Porque creíamos. Hoy gritamos, soñamos con nuestras propias ambiciones, y precisamente gritamos porque no lo apostaríamos todo. Tememos perder. Pero si no creemos, es ahí cuando lo habremos perdido todo, pues si nosotros no creemos en lo que hacemos aquí, ¿Quién lo hará? ¿Cómo habremos de convencer al mundo de que tenemos la razón? Solo quiero decirles esto, amigos míos, y dejarlos pensando. Si aún tienen una causa que los impulse a cometer locuras, entonces están vivos y aún hay esperanza. Si no, señores, esta reunión podemos tomarla como haber asistido a un funeral. Si hay cielo o hay infierno, no lo sé. Pero si con vida morimos, entonces habremos probado el más cruel de los infiernos. Yo prefiero vivir. No sé si me merezca el cielo, pues soy un hombre y me equivoco. Tampoco soy devoto. Pero morir no es algo en lo que crea, y por lo que vaya a dedicar mis ideales. Yo quiero vivir, creo en vivir y creo en mis ideales. Gracias.
Los aplausos no se dejaron esperar. Inclusive, por unos momentos, el Presidente y el líder intercambiaron miradas bonachonas. El abogado sonriente regresó a su lugar y tomó la pluma. No se fijó en que tenía un defecto y la tinta comenzó a chorrearse. Vio su mano derecha y la vio cubierta en tinta. Lo extraño fue que la tinta que había caído sobre la mesa era negra, pero la tinta que cubría su mano era roja. Asustado por lo que veía, se excusó y se dirigió al lavabo. No lograba entender por qué le sucedían cosas extrañas. Últimamente se había sentido fatigado, se dormía en todos lados, soñaba cosas extrañas, tenía problemas de concentración y ahora esto. La tinta negra la veía roja. Casi como si fuera sangre. Se lavó la tinta de la mano con mucha agua y jabón. El agua que se fue al drenaje era oscura. Ya cuando su mano quedó limpia, se enjuagó la cara y respiró profundamente, pues comenzó a sentirse mareado. Los mosaicos del baño comenzaron a moverse un poco y todo empezó a dar vueltas. Aturdido se sentó en la taza de baño más cercana y comenzó a respirar más profundamente para evitar que se hiperventilara. Lamentablemente no lo logró y su respiración se agitó más y más, hasta que perdió la consciencia.
Despertó justo en el momento en que lo introdujeron en la unidad móvil. Fue ahí cuando pudo sentir la intravenosa en su brazo derecho y escuchar los sonidos de las máquinas que indicaban que seguía vivo. Si aquello podía llamarse vida. Aún no podía hablar, pero al menos no le dolía tanto la cabeza al recordar lo que había pasado. Recordó cómo había explotado la mitad de la cabaña en la cual lo torturaban, cómo había logrado escapar de ahí e internarse en el bosque. Escuchó cómo las granadas mataban a todo su ejército. Todo se había salido de control. Quizá su padre había tenido razón todos estos años.
- No sirves para eso – le había dicho -. Eres muy débil. ¿Acaso crees todo lo que te dicen? Hoy te dicen que el país te necesita, ¿y mañana? Cuando seas un completo lisiado por causa de la guerra, ¿crees que te necesitará?
- Hay otros soldados.
- Exacto – respondió el padre -. Otros, ¿por qué debes ir tú? Otros no tienen futuro, no tienen estudios. Tú tienes toda una carrera por delante, podrías ser un excelente abogado.
- No quiero ser tu sombra, padre.
- Hijo, yo moriré algún día. Tú puedes continuar con el despacho. ¿Acaso todo esto es por llevarme la contraria?
- Quiero buscar mi propio camino.
- ¡Entonces al menos búscalo haciendo algo que te mantenga con vida, maldita sea! No quiero que mueras. Puedes hacer lo que tú quieras en la vida, menos ser soldado.
- Descuida, seré Mayor, y después General.
- Si no te matan antes. No quiero que ese sea tu futuro, ¿me oyes? ¿De qué servirá una placa conmemorativa con tu nombre? ¡De nada! No vale la pena morir por eso.
- Sí, vale la pena – contestó indignado.
- Deja las historias de héroes para tu hermana. Tú eres todo un hombre y no te puedes dejar engañar por su asquerosa propaganda. Sólo buscan carne de cañón.
- Buscan ciudadanos.
- Que se queden con todos sus ciudadanos y que formen su ejército con ellos. Tú debes buscar otro futuro, algo más grande. No sólo jugar a la guerra y pelear batallas que no son tuyas.
- También es nuestra guerra. Es un servicio a nuestra patria.
- ¿Ah, sí? Pues no quiero que llegue el día en que nos traigan la mala noticia a tu madre y a mí y luego ni siquiera se dignen a pagar los gastos funerarios. ¿Tú crees que ellos tienen palabra? No, no la tienen. Así que tú tampoco tienes por qué tenerla frente a ellos. Todo es una gran mentira.
- No es así. ¡Yo quiero comandar al ejército y no estás en posición de impedírmelo!
- Entonces tú tampoco estás en posición de pedirme apoyo. Si te inscribes, te largas de esta casa, ¿me escuchaste? Y olvídate de que tienes padre.
- ¡Así lo haré!
Había salido de su casa para nunca volver. Pero ahí, convaleciente en aquella unidad móvil, extrañaba su hogar. Pero sólo su hogar, pues no estaba arrepentido de sus decisiones. Finalmente se había hecho de una vida propia, había conocido el fracaso y el triunfo por igual. Realmente lo único que lamentaba era haberle gritado así a su padre y haberse ido sin despedirse. Hacía unos pocos años que se había enterado de su muerte. Cómo le habría gustado volverse a encontrar con aquél sujeto que creía su enemigo en la adolescencia para decirle cuánto lo sentía. Seguramente su padre había sentido remordimiento de consciencia cuando lo nombraron Mayor del ejército. Pero así habían sido las cosas, y ambos parecían estar cortados del mismo árbol orgulloso que no admitía pedir “perdón”. Ahora no había nada más que hacer, más que esperar a que la muerte lo abrazase. Qué difícil se sentía morir. ¿Sentirían todos lo mismo? Ahora parecía más un mareo profundo, que sumía en una especie de inconciencia.
Afortunadamente el mareo cesó y pudo levantarse. Se vio al espejo y buscó en el bolsillo de su saco las pastillas que siempre lo tranquilizaban. Tomó dos. Pero pasaba algo extraño. El abogado reparó en que el frasco de pastillas tenía una etiqueta que nunca había visto y en ella estaba escrita un nombre. No hacían falta muchos conocimientos de química para saber que era un veneno. ¡Demonios! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Le habían envenenado, y quién si no sus enemigos del partido. Así que así era como terminaba todo. Traición. Qué amargo le sabía. Las extremidades comenzaron a escocerle y una pierna se le durmió. Se había estado tomando las pastillas el tiempo suficiente como para saber que no sobreviviría, ni siquiera pedir ayuda parecía una medida inteligente. Sólo restaba encarar la muerte con dignidad. Ahora todo tenía sentido, por qué había perdido el apetito, por qué le habían fallado los sentidos e inclusive por qué había tenido esos extraños sueños en los que aparecía en un bosque con uniforme del ejército. Quizá porque en el fondo es lo que hubiera deseado ser. De nuevo le invadió aquella sensación de mareo. Aquel sueño difícil de combatir. Se recargó en la pared y se dejó caer al suelo. Comenzó a rezar.
- Padre nuestro, que estás en el cielo.
Un colega que se encontraba en ese momento le escuchó y se acercó a él. Se trataba de un compañero que por muchos años había sido juez.
- ¿Se siente bien, licenciado?
Las máquinas a su alrededor comenzaron a sonar sin control. Los médicos empezaron a preocuparse pues todo indicaba que habría un colapso del cual el paciente no sobreviviría.
- Sí, estoy bien licenciado.
- ¿Qué es lo que está diciendo? Manténgalo despierto, ya casi llegamos al hospital, que se mantenga despierto.
- ¿Quiere que pida ayuda? – preguntó el juez.
- No colega, gracias – respondió el Mayor.
- No se ve muy bien – comentó uno de los médicos.
- De verdad, no hay nada más que hacer – contestó el abogado -. Debo resignarme.
- No hable así abogado. Todo tiene solución en esta vida excepto la muerte – trató de reanimarlo el juez.
- Eso es lo que me temo abogado – contestó el Mayor -. Estoy muriendo.
- Bueno, sí escuché su discurso apasionado allá adentro, pero no creo que sea para tanto. Un hombre tan bueno como usted no puede dejarse desvanecer así por así. Usted es fuerte. Todos lo dicen – dijo el juez con convicción.
- Literalmente estoy muriendo – contestó el abogado.
- No lo dejaré morir. Quédese conmigo – dijo el médico.
- Aun así me siento satisfecho, por todo lo que hice por el partido – comentó el Mayor.
- Quién no estaría orgulloso en su lugar – terció el juez, sin creer del todo que su interlocutor fuera a morir en serio -. Usted fue uno de los fundadores del partido.
- Así fue, creí en la batalla siempre – contestó el abogado.
- No deje de luchar ahora – intervino el médico -, ya casi llegamos.
- Sí, el final está cerca – contestó el abogado -. Di lo mejor de mí en todo momento. Mi tropa llegará a la victoria.
- Lo hará en verdad, ahora que usted le ha inspirado ánimos auténticos. Quién fuera como usted de leal y apasionado – dijo el juez.
- Sólo cumplo con mi deber. Lo que mi ley me impone – contestó el Mayor.
- Como debe ser – confirmó el juez.
- ¿Le puedo pedir un favor? – preguntó el abogado.
- Sí, lo que quiera – respondió el Mayor.
- No me olvide – dijo el abogado.
- ¡Cómo voy a olvidarlo!, si ha marcado mi vida de una manera muy especial – respondió el Mayor.
- Está alucinando, habla consigo mismo – se preocupó uno de los doctores.
- No, no estoy alucinando – contestó el Mayor -. Yo soy el Defensor.
- Creo que mejor sí voy por ayuda, me parece que sí está alucinando – se asustó el juez y salió corriendo.
- Yo tampoco alucino – aseveró el abogado -. Yo soy el Mayor.
- El Mayor Defensor – dijeron el abogado y el militar al unísono.
Inmediatamente después, una sonrisa curveó sus labios y exhaló. Su muerte marcó a muchas personas por ser un ejemplo de vida. Al final… triunfó.
Un exnovio que estudiaba derecho fantaseaba con una vida en la milicia. Le dediqué este cuento. Lo escribí de tal manera que el lector no supiera si el abogado había imaginado al soldado o si el soldado había imaginado al abogado. Queda a discreción del lector decidir quién era alucinación de quién.