VIDA
Ciertamente nadie dijo que fuera sencillo. Simplemente un día alguien se levantó en contra de las fuerzas antagónicas de muerte y silencio, y habló. Lo que dijo no se recuerda exactamente y es probablemente malinterpretado por muchas causas que osan navegar con la bandera de la verdad-verdadera, pero lo que sí dejó claro fue una cosa: vivir valía la pena. Lo que en realidad sucedió es que, lamentablemente, para el momento en que lo descubrió, tenía un auditorio repleto de cadáveres andantes. Pestilentes, malhablados, inclusive ebrios. Obsesionados por encontrar aquella verdad que siempre les era prometida; desconociendo, sin embargo, que la verdad ya la conocían, pero jamás se habían atrevido en su vida ya pasada a beberla, saborearla, adoptarla…, amarla.
La razón puede ser manipulada, obviando cuestiones, aprovechándose de errores ajenos. En cambio, la verdad obedece a cuestiones intrínsecas de la naturaleza humana pues el hombre busca y acepta por verdad lo que siente verdadero. Y no son los hombres los que lo convencen de ella, sino el mismo camino que le va mostrando la vida. Vivir, es entonces una completa locura que mana de las mentes de aquellos pocos que se deciden a enfrentarla. Para los demás, es sólo un espejismo, una realidad probablemente sin sentido que los limita a quedarse con los brazos cruzados ante causas justas, inclusive las propias.
La negación es entonces el mayor impedimento, combinado con la reticencia a aceptar que uno ha cometido un error, o a aceptar inclusive que se puede potencialmente cometerlo. De manera que el hombre busca, tanto en vidas ya gastadas, como la vida que cree poseer, respuestas a aquellas preguntas que necesitan réplicas elaboradas. La lógica, empero, no regula estas cuestiones, y generalmente las respuestas a las preguntas complicadas son bastante sencillas. Y así, tenemos que la gente vive sin vivir, creyendo vivir sin sentirse vivo del todo, pues prefiere muchas veces vivir-sin-vivir una ilusión que vivir la vida misma.
Cuánto trabajo cuesta aceptar que la vida es lo más alejado que hay de la ansiada fantasía, aunque es sencillamente cuando se deja de esperar que aflore la magia que la realidad toma las formas más curiosas posibles para dejarnos ver su espléndida armonía. Y de esta manera, besamos labios de carne, abrimos heridas que una vez sangraron, movemos rocas gigantescas y lloramos lágrimas saladas. Eso es el poder que realmente tenemos y en el fondo nos aterra. Las circunstancias que nos enmarcan son moldeables, perfectibles o susceptibles de corromperse, y todo depende de nuestras decisiones. ¿Pero quiénes somos nosotros para decidir sobre tantas cuestiones? Muchos huyen ante esto y prefieren dejar esta responsabilidad sobre otros hombros. Pero los hombros son iguales, la única diferencia es que unos son más anchos que otros, lo que les permite llevar más cosas a cuesta: Sus asuntos y lo de aquellos que no se atreven a velar por sus propios deseos. La vida para ellos está exenta de responsabilidades, es amable, tierna, algunas veces inclusiva malagradecida pues no rinde los frutos que ellos esperaban, pero independientemente de esto, la vida es dura, pero temen admitirlo en voz alta pues con ello quedaría expuesta su evidente cobardía e insensatez mundana.
El hombre que no acepta su papel de interventor, se vuelve un espectador más de aquella obra teatral que llama mala vida. Si aplaude, es por orgullo, pues no siempre está conforme con la puesta en escena. En un rincón de su más profundo ser, quisiera hablar, levantarse y gritar con todas sus fuerzas que el libreto está mal diseñado, que el vestuario es ridículo, la estenografía está a punto de caerse a pedazos. Pero prefiere recitar un mal elaborado guion, vestir un vestuario que le es ajeno y rondar por las calles de una ciudad a punto de ser destruida por falta de recursos. No se toma la molestia de reescribir aquellas líneas y reemplazarlas por palabras educadas, elegir la vestimenta adecuada conforme a sus principios o dar algunos retoques a aquella escenografía que hasta pena ajena da con sólo ver cómo se prende de alfileres delicados y alguna extraña coincidencia del destino.
De esta manera, cuando sopla el viento, el libreto sale volando por los aires y lo deja sin líneas, la vestimenta se estropea y se hace un revoltijo de prendas inidentificables; la escenografía, por su cuenta, se derrumba sobre el hombre que no es actor. Ante el desastre, perece, aunque los actores traten sin éxito de devolverle la vida. Pues vida es lo que sin saberlo tenía y la desperdició buscando en los lugares equivocados aquella fuerza que en realidad era el motor de la búsqueda misma y, sin la cual, no habría podido ni siquiera tener aliento suficiente para decir equivocadamente que vivía una vida. Pues vida fue lo que nunca se atrevió a vivir; y en su lugar vivió la búsqueda, el naufragio y la frustración de saberse vivo sin vida, aunque con vida que podía vivir si decidía a vivir una vida plena que estaba a una simple decisión de materializarse: ser vivida.