LAS COSAS IMPORTANTES DE LA VIDA
Lo bueno de las cosas importantes es que son eternas. Cada una de ellas deja una marca capaz de hacer eco en el universo y subsistir el paso del tiempo. Las nimiedades, en cambio, sólo están disfrazadas de poder y gloria, se jactan cuando acaparan la atención humana y establecen en la memoria vínculos de tamaños colosales pero que no dejan de ser puentes de papel. En sus paredes permiten que la gente escriba. De esta manera, estas pequeñas cosas están llenas de anécdotas vacías, rencores cuyas razones fueron olvidadas con el tiempo, preocupaciones temporales o infundadas. Estos puentes aparentan tener fuertes cimientos y muchas veces logran burlar a los sentidos. Así es como terminamos confiando en las personas equivocadas, otorgando el título de amigo a personas que nunca quisieron conocernos o preocupándonos por perder aquello que amamos. Empero, con un fuerte soplo, esos bloques de papel se alzan al vuelo y uno es capaz de ver la realidad: lo importante siempre persiste; no lo carcomen los problemas, no se corroe por el paso del tiempo, no se quiebra ante las faltas. Lo importante marca el alma y cuando una persona marca el alma de otra, lo demás se desvanece. El pasado es inmutable y la memoria, cuando se trata de esas personas especiales, perfecta. Recordamos la primera vez que conocimos a aquella alma, las anécdotas que nos hicieron crecer como personas, las conversaciones que nutrieron nuestra personalidad y las ocasiones en que ante la incertidumbre esa persona nos otorgó su apoyo. Sí, quizá ciertos problemas hagan parecer que el ser amado se aleja; y sí, nos parte el corazón saber que sufre. Qué más quisiéramos no perder, de alguna u otra manera, la influencia de las almas que nos han hecho ser quienes somos. Lo más bello de la vida, sin embargo, es que en realidad nada se pierde.
¿Quién puede robar los consejos que ha dado un padre? ¿Quién puede robar una sonrisa cuando se recuerdan aquellas aventuras de antaño? Ni el tiempo ni el olvido, si es que quisieran confabularse contra uno, podrían jamás borrar del universo los “te amo” que se han dicho con sentimiento sincero. No hay fuerza capaz de borrar los vínculos entre dos almas que se aman. No hay manera de que parezca lo que es de naturaleza eterna. Y lo eterno persiste. Siempre encuentra la manera. Porque no sabe hacer cosa distinta. Esa fuerza del amor, de pronto, nos da energía para crear más amor en consecuencia. Es un círculo virtuoso indisoluble en el que mientras más se da, más se recibe. Y las almas se marcan, las vidas se entrelazan entre sí y sí, a veces se sufre – y entre más se ama, más se sufre -, pero el amor puede con todo, porque su raíz no es humana, sino divina. Es un néctar que logra sacar una sonrisa en pleno llanto, que es capaz de hacer que las personas puedan perdonar cualquier ofensa y que vuelve perenne aquello que es sagrado, aquello por lo que la vida vale la pena, aquello que no podemos describir con palabras pero que sentimos cada vez que una persona amada nos devuelve la mirada. Y luchamos para mantener el amor viviendo, ignorando muchas veces que una vez que se ama se entra al terreno de lo eterno y así: aunque uno no sonría de momento, el corazón sonríe alegre por estar viviendo; aunque uno tenga dificultades de momento, el alma está en paz por estar con quién se ama y aunque parezca ahora que el panorama a futuro se vislumbra oscuro… ¿quién está hablando del futuro? ¿Quién puede robar el verbo “estar amando” y cambiarlo por un “puede haber problemas”? Si las cosas efectivamente se tornaran más difíciles y no afloraran las sonrisas, no serían más que cuestiones pasajeras que – de apariencia catastrófica – jamás podrían quitarnos la alegría de estar viviendo y sentir con cada célula del cuerpo el amor que se profesa; ya que absolutamente nadie puede borrar la marca que deja en el alma los “te quiero” que se dicen, ni mucho menos los “te quiero” que, con acciones, se demuestran y que la boca, por prudencia, calla.
Me enteré que el padre de una conocida estaba grave en el hospital sufriendo las consecuencias de diabetes. Ella estaba muy alterada pues se había llegado al punto en que tenían que amputarle al padre algunos dedos del pie. Era de noche. Me estremecí de sólo pensar lo que ella estaría sufriendo. Mucho después de medianoche, sin poder dormir, tomé mi computadora y le escribí estas líneas para darle ánimo. Se lo envié por correo electrónico.