LOS CUADROS Y LOS ESPEJOS
Es fácil confundir los cuadros y los espejos mientras se pasea uno por la galería. Los señalamientos no son claros y, la mayoría de las veces, los cuadros tienen ostentosos letreros en los que se les cataloga como espejos. Por tanto, no es de extrañar que, por más que uno se pare frente a un espejo que en realidad es un cuadro, uno no se refleje.
Muchas personas creen más en los letreros que ha plantado anteriormente algún desconocido que en lo que su sentido común les dicta. Así, parados frente a un falso espejo, intentan imitarlo: cambian de posiciones, de aspecto físico, creencias y gustos para que otros, al pasar, vean la semejanza y no quede duda de que la persona y la imagen son la misma cosa. Algunos lo logran y se sienten satisfechos por alcanzar la congruencia y el purismo.
Algunos otros no lo logran, pero fingen haberlo logrado; se justifican constantemente señalando una y otra vez cómo cierto aspecto de su persona está reflejado en la imagen y sólo descansan cuando las personas que pasan cerca ven la imagen y a la persona y asienten viendo el parecido. Sólo así estas personas acallan su voz interior; pero jamás se preguntan si en primer lugar el letrero estaba bien colocado y realmente estaban o no frente a un verdadero espejo.
Por otro lado, hay un tercer grupo de personas. Éstas saben diferenciar los cuadros de los espejos. Ven cómo la gente en derredor intenta transformarse para asemejar un lienzo ya pintado y pasan de largo, pues ellos no quieren pasarse la vida ajustándose a un modelo, sino que buscan una superficie capaz de reflejarlos tal cuales son.
Todo esto no causaría ningún problema si no fuera porque los espejos no sólo reflejan a las personas sino también a la luz que les incide. Por tanto, los reflejos de las personas auténticas son más brillantes que las imágenes mate de los que inútilmente intentan reflejarse en cuadros. Los cuadros no brillan. Los cuadros no tienen movimiento. Los cuadros no son capaces de adaptarse a nuevas realidades. Aquellos que han luchado tanto tiempo consigo mismos para ser la persona que retrata el cuadro ven con recelo a aquellos que, de manera natural, se reflejan frente a los espejos; no entienden qué pueden tener estas personas que sea distinto y, de existir aquello, les aterra, pues intuyen que la diferencia es mínima. Empero, para sentirse mejor con sus demonios internos, justifican sus erradas decisiones y juzgan con mano dura a todos aquellos que brillan más que ellos; aunque, si lo vemos de manera objetiva, la diferencia principal es una sola: hay personas que saben diferenciar los cuadros de los espejos.
Estudiaba. Más bien, intentaba estudiar. Era un fin de semana y no me infundía nada de ánimos el material que estudiaba. Miré a mi derecha y me encontré con un espejo. Me quedé mirando, reflexionando. Después, cerca del espejo, vi un cuadro. Me inspiré y surgió la presente reflexión sobre la autenticidad.